Autor: Alejandro Valero, BCH 2.
Tras cuarenta años y ciento veinte millones de dólares, Francis Ford Coppola ha logrado ensamblar su ciudad y abrirla al público. Megalópolis por fin ha visto la luz y el resultado no podía ser más sorprendente. De su director baste decir estas cuatro palabras: El Padrino, Apocalypse Now. Cuarenta años tuvo la idea en su cabeza hasta que pudo materializarla. Es relevante resaltar que se ha visto obligado a financiarse la película, pues debido a la rareza del proyecto y sus últimos fracasos, ninguna productora ha querido involucrarse. Su libertad ha sido total y, para bien o para mal, nos encontramos ante la mayor pieza de autor que ha ofrecido Hollywood en los últimos años, convirtiéndola en una bonita rara avis.
En Nueva Roma, el declive y la lucha por el futuro de la ciudad hacen surgir el enfrentamiento entre el conservador alcalde Cicero (Giancarlo Esposito) y el excéntrico arquitecto Catalina (Adam Driver) quien lucha por la formación de una utopía para salvar la ciudad. Coppola busca relacionar la crisis que acabó con la República Romana y el inicio del Imperio con los peligros que acechan a la civilización del mundo moderno. Para ello se sirve de la Conjura de Catilina, una conjura política con la intención de tomar el poder de la República Romana.
La película derrocha creatividad, originalidad y talento y, sin embargo, es un desastre caótico. No hay un consenso para generar un tema central ni para dotar a sus personajes de un arco coherente. Se puede definir como una aglomeración de conceptos faltos de espacio para desarrollarse porque son arrollados por otros nuevos. El gran problema es la falta de orden, de coherencia narrativa y, tal vez, de ambigüedad en sus metáforas. Toda la película es una sucesión de secuencias brillantes pero inconexas, que mueren antes de nacer. Coppola es un pintor que vomita sobre el lienzo sin preocuparse por el resultado. Eso sí, visualmente es un despliegue de belleza sin límite. Sin duda, es una película fallida: una buena idea no funciona si no encuentra su forma de ser contada. Una pena que los elementos que pretenden innovar jueguen en su contra.
La crítica la ha despedazado, la audiencia camina entre desdén e incomprensión y de datos de taquilla mejor ni hablar. Se la acusa de pedantería, pretensión, insensatez y aburrimiento. De acuerdo. Todos tienen razón, pero, ¿hay algo más detrás de todo esto? Sin duda que sí: paralelismos romanos, Shakespeare, Orfeo y Eurídice, la Metrópolis de Fritz Lang, Petrarca, Marco Aurelio y, como no, Ovidio. Coppola no camina solo.
Creo que la película es un fracaso, pero un fracaso necesario: son estos tipo de propuestas y fracasos los que salvan el arte y lo hacen evolucionar. La mera existencia de esta película es un acto de transgresión contra una industria estancada en la comodidad y en el tedio de sus productores y audiencia. Puede que estemos ante una nueva Blade Runner o puede que no, pero el mérito de luchar contra la corriente y las dificultades que eso implica nadie se lo puede quitar. Tal vez no sea más que una invitación a la reflexión como rezan sus diálogos.
Afortunados los que sepan aceptarla en su rareza y sumergirse en ella sin ánimos de juzgarla.
- Las utopías no presentan soluciones pre-establecidas.
- No están para dar respuestas, sino para hacer preguntas.
- Las utopías se convierten en distopías.
- ¿Debemos entonces aceptar el eterno conflicto en el que vivimos?
Extracto de diálogo de la película.